domingo, 18 de marzo de 2012

ADORA y CONFIA


No te inquietes por las dificultades de la vida,

por sus altibajos, por sus decepciones,

por su porvenir más o menos sombrío.

Quiere lo que Dios quiere.

Ofrécele en medio de inquietudes y dificultades

el sacrificio de tu alma sencilla que, pese a todo,

acepta los designios de su providencia.

Poco importa que te consideres un frustrado

si Dios te considera plenamente realizado, a su gusto.

Piérdete confiado ciegamente en ese Dios

que te quiere para sí.

Y que llegará hasta ti, aunque jamás lo veas.

Piensa que estás en sus manos, tanto más fuertemente sostenido,

cuanto más decaído y triste te encuentres.

Vive feliz. Te lo suplico. Vive en paz.

Que nada te altere.

Que nada sea capaz de quitarte tu paz.

Ni la fatiga psíquica. Ni tus fallos morales.

Haz que brote, y conserva siempre sobre tu rostro,

una dulce sonrisa, reflejo de la que el Señor continuamente te dirige.

Y en el fondo de tu alma coloca, antes que nada,

como fuente de energía y criterio de verdad,

todo aquello que te llene de la paz de Dios.

Recuerda: cuanto te deprima e inquiete es falso.

Te lo aseguro en el nombre de las leyes de la vida

y de las promesas de Dios.

Por eso, cuando te sientas apesadumbrado, triste...

adora y confía.

Teilhard de Chardin

lunes, 12 de marzo de 2012

CUARESMA 2012




Quien tenga miedo a andar,
que no se suelte de la mano de su madre;
quien tenga miedo a caer,
que permanezca sentado;
quien tenga miedo a escalar,
que siga en el refugio;
quien tenga miedo a equivocarse de camino,
que se quede en casa...


Pero quien haga todo eso ya no podrá ser hombre,
porque lo propio del hombre es arriesgarse.
Podrá decir que ama, pero no sabe amar,
porque amar es ser capaz de arriesgar por otros.




Vientos de libertad. Juliàn Rìos


http://mjd-milagro.blogspot.com/

domingo, 4 de marzo de 2012

"Quien soy yo Señor para esperar tu amor, tu protección, tu misericordia?

¿Quién soy yo para merecer un lugar en tu corazón, en tu casa, en tu Reino?

¿Quién soy yo Señor para esperar tu perdón, tu amistad, tu abrazo?

¡Y sin embargo, es esto lo que espero, incluso hasta cuento con ello!

No por mis méritos sino por tu inmensa misericordia...

Ayúdame a seguirte, a unir mi vida a la tuya y a convertirme en el espejo de tu amor."
(H. Nouwen)


http://mjd-milagro.blogspot.com/

lunes, 23 de enero de 2012

Lema OP 2012...rumbo al jubileo


CARTA DEL MAESTRO DE LA ORDEN - ENERO 2012

“¡Ve a decir a mis hermanos!” (Jn 20,15): Las dominicas y la evangelización


Es esta llamada de Cristo a María, al alba de la resurrección, la que ha sido elegida como tema de este cuarto año de la novena que nos prepara a la celebración del Jubileo de la Orden. Con el título “las dominicas y la evangelización”, este año nos invita, por tanto, a poner el anuncio de la resurrección en la fuente misma de la misión de nuestra Orden.


Lo primero que esta frase tan sencilla de Cristo despertó en mí, fue el recuerdo de la emoción que sentí, hace algunos años, en la iglesia de un pueblo de Irak. El alba había apenas despuntado y nos preparábamos para celebrar el ingreso al noviciado y la profesión de algunos hermanos jóvenes. Esperando aquel momento, se encontraban ya allí en la iglesia una gran cantidad de mujeres, y entre ellas madres, hermanas, amigas, hermanas apostólicas y laicas dominicas. Todas juntas, llenaban la iglesia con el denso silencio de su oración, mientras que alrededor nuestro, todo el país sufría el caos, la violencia y las amenazas. En el silencio, en presencia del Padre, estas mujeres oraban con una intensidad tal que, en el corazón del caos que devastaba el país y lo desgarraba con todo tipo de divisiones, ellas eran portadoras de la certeza de que nada puede acallar el mensaje de la vida. Un día, en este mundo, despuntó una aurora por el nacimiento, en el país de Judea, de un niño, Príncipe de la Paz. Su venida ha rechazado para siempre las tinieblas, a pesar de las apariencias, y la noche fue definitivamente destrozada cuando, desde lo más hondo de la muerte infligida, Él entregó su vida. Muy a menudo, en estos lugares del mundo donde la violencia pretende destruir y destruir todos los lazos sociales, las mujeres, las madres, están allí como guardianas de la vida que dan testimonio de que a pesar de las apariencias, nadie puede pretender hacerse dueño de una vida, que se recibe ante todo para ser entregada. ¡Ve a decir a mis hermanos! Diles la fuerza de la vida, la historia inaudita de la humanidad que, día tras día, nace de nuevo en el Espíritu de la vida ofrecida, hasta la Pasión, para la Resurrección. Estas mujeres de Irak manifestaban el horizonte de la misión de evangelización:


inscribir en el corazón de la historia humana

el gozo y la esperanza

en la vida entregada de Cristo

para que el mundo viva,

y aprender a ser sus testigos.


En la familia dominicana, las mujeres – monjas, hermanas apostólicas, laicas dominicas, miembros de Institutos seculares – aportan una contribución esencial a la misión de evangelización de la Orden. Más que hablar de predicación, opto por la definición de nuestra misión dada en la época de la fundación de la Orden: totalmente entregados a la evangelización de la Palabra de Dios. Somos de la familia de los “predicadores”, hombres y mujeres, ante todo porque comprometemos nuestra vida en esta aventura de la evangelización que, de algún modo, cada uno según su estado de vida y su ministerio, define “la vida” que deseamos llevar antes que describir “acciones”.


“¡Ve a decir a mis hermanos!” Por medio de este envío, Cristo encomienda a María y a las otras la tarea de invitar a la Iglesia a nacer de la predicación. Esto evoca para nosotros la primera intuición de la predicación que será fundadora de la Orden. En los primeros tiempos de esta nueva aventura de evangelización dirigida por Domingo son también, de hecho, algunas mujeres quienes vinieron para unirse a él, y luego algunos laicos, como para dar desde el comienzo la figura que debe tomar la evangelización: una especie de “pequeña Iglesia”, de comunidad reunida por la fuerza de la Palabra escuchada, reunida para escuchar juntos esta Palabra y llevarla al mundo. Como en la vida de Jesús – tal como escribe Lucas (Lc 8,14) – la comunidad se reúne al mismo tiempo que tiene la intuición de transformarse en una “comunidad para la evangelización”. Ya desde el origen, y por extraño que pueda parecer en aquella época, algunas mujeres formaban parte de la comunidad que se había reunido en torno a Jesús. Las categorías del mundo no tienen espacio cuando se trata de ser discípulos. Imaginemos esta comunidad que se constituye siguiendo a Jesús en el primer camino de la evangelización. La misma se reúne más allá de las debilidades, faltas, pecados, fragilidades que pueden ser sanados únicamente por Jesús. Y es a causa de su misericordia probada en tan diversos modos que se establece la santa predicación. Viéndolo vivir y enseñar, los discípulos probablemente tuvieron la ocasión de compartir sus experiencias de encuentro personal con Él. Y las mujeres del Evangelio tuvieron entonces la ocasión de testimoniar las palabras que Él les había dirigido: Palabra de anuncio de la resurrección, de reconocimiento de la fe y de promesa de salvación, palabra de vida y de perdón, de sanación y de confianza. Él les hablaba así, llegando al corazón mismo de su ser femenino, de su familiaridad con la vida engendrada, de su capacidad de cuidar y proteger la vida frágil, y también a su fuerza de confianza en la creatividad y la resistencia de la vida. Esas mujeres estarán con Él en los caminos de la enseñanza, así como también estarán con él en el camino que lo lleva al Calvario; ellas esperan en el jardín de la tumba, así como estarán en el camino, yendo de prisa a anunciar a los apóstoles que Él ha resucitado. La misión de evangelización tiene necesidad de este testimonio y de este anuncio para saber cómo hacer escuchar al mundo una Palabra que lleva en sí misma la vida.


Desde su fundación, cuando las primeras “dominicas” vienen para unirse a Domingo y nace la “santa predicación de Prouilhe” nuestra propia “comunión para la evangelización”, que es la familia dominicana, tienen necesidad de estar compuesta por hombres y mujeres, religiosos y laicos, porque ella necesita ser imagen de la primera comunidad que camina por los caminos con Jesús, que aprende de él cómo amar el mundo y cómo hablarle, cómo buscar al Padre y cómo recibir todo de Él. Todos juntos, en la diversidad y la complementariedad, así como en el respeto mutuo de las diferencias y la voluntad común de una igualdad entre todos, tenemos que realizar este “trabajo de la fraternidad” del que debemos ser signos en el mundo y en la Iglesia. Una fraternidad que sabe que el igual reconocimiento de cada uno se ve a menudo afectado por la mundanidad. En particular, hay mucho que hacer todavía para que, en distintos lugares, la palabra de las mujeres, tenga el mismo valor que la palabra de los hombres, para que sean rechazadas todas las injusticias y las violencias que sufren, todavía hoy, tantas mujeres en el mundo. Las dominicas, en la aventura de la “santa predicación” tienen ciertamente la tarea de recordar, contra viento y marea, que el mundo no puede sentirse “en paz” mientras estas iniquidades no se hayan resuelto. Hay que aprender a ser hermanas y hermanos, a identificar las injusticias, a combatirlas, a través del largo y bello trabajo de escucha y de mutua estima. Pero ellas tienen también que ser signos de que la evangelización no es primeramente una cuestión de ministerio sino una invitación a una cierta manera de vivir, enteramente dedicada a que la Palabra de Dios sea una buena nueva para el mundo. En el fondo, a menudo dedicamos tiempo para examinar primero lo que nos distingue en la familia dominica. Estemos atentos ante todo a lo que nos reúne y nos une: la gracia de la Palabra de Dios, su verdad y su fuerza, su vida y su misericordia. ¿Las dominicas y la predicación? Es ante todo el deber que tenemos todos de compartir con ellas lo que reciben y realizan de la gracia de “la evangelización de la Palabra de Dios” para que la comunidad se construya y se consolide en una misión común.


Porque, hablar de dominicas – monjas, hermanas, consagradas y laicas – es ante todo hablar de la parte inmensa que han tenido y tienen todavía hoy en este trabajo de la evangelización, en este engendrar la esperanza por medio de “la evangelización de la Palabra de Dios” en el mundo. Los lugares de oración y de fraternidad, de contemplación y de hospitalidad que son los monasterios de la Orden son las primeras piedras de la predicación. En estos lugares, las llamadas y las necesidades, las penas y las esperanzas del mundo entero, son recogidas en la oración y presentadas al Padre. La contemplación dominicana es así, total y profundamente, predicación. Es imposible enumerar los innumerables compromisos, amistades y obras realizados por las hermanas apostólicas de la Orden. Son siempre presencias y actos que hacen de la Palabra una buena nueva para sus contemporáneos. Con la preocupación específica de encontrar cómo traducir el deseo de que “se encienda el fuego” de la gracia del Espíritu en este mundo. Preocupación manifestada a lo largo de los siglos por sus fundadoras o fundadores, en contextos en los que el lugar y el reconocimiento de las mujeres no eran evidentes. En el caso de las hermanas laicas, en sus familias, sus grupos de amistad, los lugares de su profesión, es siempre esta gran creatividad y diversidad que se manifiestan para hacer ver y escuchar la Palabra como una buena nueva de la que puede nacer la esperanza de la resurrección.


Al hablar de las dominicas y la predicación, no es mi deseo desarrollar aquí el tema de la complementariedad, tan evidente, ni tampoco el del ministerio ordenado de la predicación. Como habrán ya comprendido, la cuestión no es ante todo lo que se hace, sino lo que se aporta al bien común de la santa predicación, y cómo todos juntos podemos organizarnos para recibir lo que es ofrecido. Las dominicas, creo – pero les corresponde a ellas expresarlo – aportan a la santa predicación una experiencia específica de la relación a Cristo, una manera particular de estudiar la Palabra, un modo preciso de organización de su fraternidad, una vulnerabilidad a lo que hace nacer y morir el mundo que les es propio, una manera de decir Dios. Ellas aportan también la gran diversidad de las interpretaciones de la intuición dominica tal como sus fundadoras se las han transmitido, y de manera especial una comprensión fulgurante, en un momento dado de la historia humana, de la actualidad de la intuición de Domingo en tal o cual contexto o medio, para una u otra tarea del servicio de la humanidad. ¡Ve a decir a mis hermanos! Esto sería quizás lo que tendrían que enseñarnos nuestras hermanas, laicas y religiosas. Esto sería también, sin duda, lo que los hermanos podrían tener ganas de aprender. Aprender juntos el mundo, y en este año muy particularmente, los hermanos gracias a las hermanas y las hermanas entre ellas, más allá de las divergencias, para dejar que se abra en el corazón de la santa predicación de hoy, una sed de la Palabra de resurrección. En una familia, los vínculos más sólidos y más bellos son a menudo los que se tejen a través del compartir gozos y penas, por la ofrenda mutua de las amistades compartidas, por el apoyo mutuo, cuando la prueba del mundo nos hace dudar de saber cómo encontrar nuestro futuro en él. En la familia, ¿no son a menudo las mujeres las que establecen los vínculos, ellas que son garantes del vínculo entre los seres, porque ellas engendran a la vida, ellas que inspiran la confianza necesaria para que el conjunto de los miembros tengan el deseo de nacer de nuevo en la fraternidad y en la filiación? Y para nosotros, en la familia de Domingo, el deseo de aprender a escuchar y a amar el mundo como hijas e hijos del Padre y como hermanas y hermanos de la humanidad, el deseo de ser, en este mundo, como “sacramentos de la fraternidad”.


“¡Ve a decir a mis hermanos!” Me parece que al hablar de las dominicas en su relación con la predicación, hay que evocar la experiencia difícil que tienen hoy en día varias congregaciones de hermanas apostólicas y varios monasterios de la Orden. Después de años de despliegue y desarrollo, he aquí que no se anuncia un relevo para el futuro. Debemos atravesar esta prueba reunidos, sosteniendo a la vez a cada uno en su especificidad y su autonomía, pero también dando testimonio de que la misión de la predicación realizada juntos es, por un lado, deudora de todo lo que ha sido sembrado y, por otro lado, es más grande que la misión específica de una institución determinada. No ignoro que puede ser difícil afrontar concretamente esta prueba, de manera realista y creativa, sin resignación y sin obstinación. Tenemos que “pasar” del lado de la verdadera esperanza de la vida, cuando algo de la muerte se deja percibir, cuando hay que cerrar casas en gran número y enterrar tantas hermanas queridas. Para realizar este paso tenemos absoluta necesidad de mantenernos solidarios y unidos a fin de preparar el futuro de la misión de la santa predicación a partir de las fuerzas actuales. Sin soñar lo que dichas fuerzas ya no son, sin determinar lo que ellas deberían ser. Sino recibiendo, simplemente, la gracia de las vocaciones dadas y ordenándolas a la misión común realizada por todos. La consagración y la vida religiosa deben abrir nuestra esperanza a las dimensiones del mundo, y para el mundo, y guardarnos de vivir paralizados ni por el recuerdo de las glorias pasadas, ni por las dificultades presentes. Se escucha a menudo decir que, en muchos lugares del mundo, la vida religiosa apostólica – y por tanto también dominicana – envejece mucho y que no podrá renovarse como fue en el pasado. Ciertamente. Pero hay una gran aventura por vivir en la vejez, que puede dar gracias de haber sido tan fecunda para la vida de la Iglesia y de tantas comunidades humanas: ¿podemos juntos, aprender a dejarnos llevar por la ligereza de la acción de gracias en lugar de desalentarnos por el peso del futuro perdido? Por encima de todo, y estamos todos convencidos de ello, la santa predicación tiene necesidad, una necesidad absoluta, de la contribución de mujeres dominicas que consagren a ella totalmente su vida: es por tanto reunidos, y a partir de lo que ya está muy vivo, que debemos preparar los posibles marcos de esta predicación. Esta necesidad, esta urgencia, de llamar a las mujeres a unirse a la misión de la Orden bajo sus diferentes formas posibles, es algo que atañe a todos los miembros de la familia dominica, tanto hombres como mujeres.


Como en el tiempo de la predicación de Jesús, como en los tiempos apostólicos, como también en el tiempo de la fundación de la Orden, en un tiempo en el que la Iglesia subraya la urgencia de la evangelización, la familia de Santo Domingo, “familia para la evangelización” tiene, hoy más que nunca, el deber de dejarse constituir por la fraternidad que “predica la Palabra”. Ve a decir a mis hermanos…


¡Un buen y feliz año para todas y todos!

Roma, 13 de enero 2012

fr. Bruno Cadoré O. P.

Maestro de la Orden



MI BLOG: http://mjd-milagro.blogspot.com/

lunes, 9 de enero de 2012

2012... Señor cómo quisiera


Himno

Señor como quisiera

Fuente: Liturgia de las horas


Señor, cómo quisiera

en cada aurora aprisionar el día,

y ser tu primavera

en gracia y alegría,

y crecer en tu amor más todavía.

En cada madrugada

abrir mi pobre casa, abrir la puerta,

el alma enamorada,

el corazón alerta,

y conmigo tu mano siempre abierta.

Ya despierta la vida

con su canción de ruidos inhumanos;

y tu amor me convida

a levantar mis manos

y a acariciarte en todos mis hermanos.

Hoy elevo mi canto

con toda la ternura de mi boca,

al que es tres veces santo,

a ti que eres mi Roca

en quien mi vida toda desemboca. Amén

MI BLOG: http://mjd-milagro.blogspot.com/

domingo, 27 de noviembre de 2011

Adviento 2011

Llega el tiempo de la espera y la esperanza. El tiempo de preparar caminos…¿En qué consiste esa esperanza? ¿De qué está hecha esa confianza en que Dios sigue viniendo? ¿Cómo se enciende esa luz que rompe tinieblas, noches, sombras y que ilumina los rincones más oscuros? Y es tan humano el esperar y ponerse en camino, el desear y luchar por algo, el creer cuando todo parece invitar al descreimiento…

Recuerdo, en este tiempo de adviento, la historia grande de la que soy parte. Recuerdo que Dios lleva viniendo mucho tiempo (en lo grande y en lo pequeño)

Esperamos porque sabemos lo que puede llegar. A veces lo intuimos. Otras lo soñamos. En ocasiones sencillamente queremos que las cosas sean diferentes. Imaginamos futuros mejores, para nosotros, para los nuestros, pero sobre todo para aquellos cuyos presentes son sombríos

Entonces se enciende una luz en nuestra entraña, se escucha una voz que, muy hondo, muy dentro, muy suave, susurra: “¿Por qué no? Y el deseo se convierte en urgencia, en anhelo, y quema e inquieta... El deseo es también llamada, y algo me dice: “luchá por lo que deseas”, y eso es adviento…

Adviento…es la consciencia de haber recibido una promesa y confiar en ella: como Abraham, y Moisés, y Zacarías, y María, y José, y Pedro, y tantos otros hombres y mujeres, que un día escucharon una palabra que les hablaba del futuro… y confiaron.Dios nos ha prometido venir, y seguir viniendo. Nos ha prometido las bienaventuranzas, y aunque es de locos, lo creemos. Nos ha prometido la Vida que vence al mal, y una lógica en la que el lobo ya no amenaza al cordero… y aunque nos llamen ingenuos, ilusos, necios o ciegos…LO CREEMOS.

MI BLOG: http://mjd-milagro.blogspot.com/

martes, 1 de noviembre de 2011

Ser dominico me ha dado todo lo que soy


¿Cómo fue tu vocación?

Hay una cierta manía de preguntar a los niños qué van a ser de mayores y que suelen responder con lo que les gusta en ese momento. Pienso que también me preguntarían a mí más de una vez… y una vez debí decir que “cura”. La razón la desconozco… pero se me quedó ahí… en el corazón…

Después fue un largo proceso de búsqueda adolescente, de preguntarme y preguntarnos los amigos por el futuro de nuestras vidas. Yo no acertaba a definir mi futuro, y con frecuencia surgía aquella respuesta grabada en el corazón de mi infancia. Hay quien dice que “las cosas que se graban en el corazón de un niño, quedan grabadas para siempre”.

Tras los estudios para la entrada en la universidad vino la decisión, y las personas que me ayudaron, indirectamente, me orientaron a los dominicos (en mi ciudad de Burgos, entonces no había dominicos, si en la provincia). Pero a los dominicos y a Santo Domingo… no los conocía de nada, pero “los caminos del Señor…” Yo buscaba seguir a Jesús y compartir mi vida con los demás. Cuando por fin me decidí, me sentí apoyado por mi familia y mis amigos.

Y fue conocer a los dominicos y amar esa elección… y seguir hasta hoy, sin volver la vista atrás y sin arrepentirme en mi elección; resultó el “ven y verás” (Jn 1,39). Por supuesto que ha habido, eran tiempos de inquietud y de dificultad, de sacrificios y de esfuerzos, de cierta duda y de temor, de búsqueda y de oración, de compartir anécdotas e historias, de penas y de alegrías…, pero como lo hay en toda vocación y elección de la vida.

¿Cómo vives la llamada de Dios en tu trabajo/ocupación/ministerio actual?

La vida en la Orden, con su rico carisma y su familia dominicana de frailes, monjas religiosas y laicos, me ha llevado por otros caminos…, que nunca había soñado y, puedo decir, que estoy feliz y agradecido por todo. Guardo un grato y fraterno recuerdo de todas las comunidades con las que he compartido mi vida y en las que me he ido haciendo y sentido acogido fraternalmente… es la fraternidad dominicana. La Orden me ha ofrecido mucho más de lo que pensaba, en definitiva todo lo que soy.

¿Qué podrías decirle a alguien que se plantea su vocación?

Que se atreva a dar el primer paso, compartirla con alguien que le pueda ayudar, “lo demás vendrá por añadidura” (Mt 6,33), y que se fíe de Dios. Y, siempre, que cuide esa vocación y confíe en las personas que van apareciendo en su camino, porque seguro que le van a ayudar. Mientras, orar y esperar, como María y como tantos personajes bíblicos: “preguntar y preguntándose”, “como será…, aquí estoy…”. Siempre le van a presentar un ideal, pero ha de pensar que “los ideales son como las estrellas, nunca se alcanzan, pero iluminan el camino” (Demócrito). Siempre, de Santo Domingo, le van a presentar lo que dejó en herencia a sus hijos: “abrazad la caridad, observad la humildad y poseed la pobreza voluntaria”.

¿Qué pregunta te harías a ti mismo?

Hay varias muy comunes que con frecuencia te hacen: ¿eres feliz…, te sientes realizado…, volverías a ser lo mismo si…? Creo poder decir que como dominico me siento realizado, logrado, contento… en mi vida y en mi elección, y que no cambiaría la que un día realicé; claro que sí cambiaría algunas cosas o actitudes… tomadas equivocadamente en algún momento, errar es humano y ayuda a aprender.

Y otras preguntas que debes hacerte tú: ¿has sido fiel a la llamada de Jesús, a tu ser de religioso dominico, a tu sacerdocio…? Lo difícil y comprometido es dar una respuesta plena, siempre encuentras algún pero…

Ser dominico me ha dado momentos de gran felicidad y alegría que he compartido con frailes…, con mi familia y con muchas personas; los momentos que me ha tocado vivir, me he sentido acompañado, ayudado, respetado y animado en lo bueno y en lo difícil… y me ha abierto caminos de Dios y de su Evangelio. Ojalá sepa “dar a los demás, lo vivido y recibido en mi vida dominicana”.

LINK texto completo: http://ser.dominicos.org/frailes-de-hoy-en-dia/ser-dominico-me-ha-dado-todo-lo-que-soy








Mi BLOG: mjd-milagro.blogspot.com/











sábado, 29 de octubre de 2011

Si creyera tan sólo en lo que veo...

Si creyera tan solo en lo que veo,
creería tan poco,
tan poco…

No creería en la aurora
que, oculta entre los grises colosos
de nuestras ciudades anónimas,
cada mañana resucita la vida.

No creería en la levadura,
fermento humilde del pan
que día a día obra,
discreta y olvidada,
el milagro de saciarnos.

No creería en la semilla
ni en la fuerza apasionada que la impulsa desde la tierra
para que pueda abrirse paso y darnos fruto
desde lo pequeño, lo sencillo, lo oculto.

Ni creería en los bosques,
en su crecer tranquilo y sereno
frente al ruido que nos aturde
cuando unos pocos árboles caen
y ellos callan.

Y es que si creyera tan solo en lo que veo,
creería tan poco,
tan poco…

No creería en los maestros,
porque ellos no creerían
en la sonrisa que todavía no es,
en la ilusión que solo es cuando sonríe.

Ni creería en el silencio;
ni querría aprender a escucharlo,
a sentir la voz de lo profundo
cuando enmudecen mis historias y mis histerias,
mis ruidos y mis miedos.

No creería en la paz ni en la justicia,
ni en el poder de la alegría
ni en la fuerza del ejemplo.
Tampoco en el viento.

No creería en el futuro
que tenemos entre nuestras manos,
en la esperanza de hacerlo nuevo.
De hacerlo bueno.

Ni creería en las estrellas que no vemos
desde este edén de sueños y hormigón.

Si creyera tan solo en lo que veo,
no creería en el atardecer
que se pierden casi todos.


Y no creería en VOS,
que me haces ver todo en todos
y a VOS en todo.
Y así creer en lo que veo.


http://mjd-milagro.blogspot.com/

jueves, 29 de septiembre de 2011

ESPERANZA...


A vos te escribo ESPERANZA:

Será locura quizás, delirio, invento, pero casi puedo verte TU rostro hoy, puedo "personalizarte" de algún modo.

Ahí estás otra vez, de un modo que ya te conozco, queriendo posicionarte en mi corazón en un tiempo y espacio concreto. Me invitás a mirar lejos, horizontes, futuros y proyectos; y no sé si la edad, las experiencias, los caminos y huellas que miro cuando volteo sobre mí misma...algo me hace sentir esta vez que puedo impregnarte de cierta ganas de presente, de paso a paso, de calma.

Esperanza, vos sos verdad para mí. Te creo desde siempre, te creo el sentido en el sueño y en la espera. Pero ahora, te contemplo también en cada paso que doy: ahora, ya, en este instante te intuyo plena y cierta.

¿Qué vas a decirme cuando logre despejar los recuerdos y los planes?

¿Qué podrás decirle a mi alma en susurro esta vez?

...la paciencia de insistir, te pido esa constancia que a veces no me es propia.

Que te vuelvas espejo y yo me vea; y te vea al mirarme cada día a los ojos.

Que no descrea de vos. Que es casi lo mismo que no descreer de mí.

Esperanza te llamo, te canto, te digo, te abrazo, te creo, te recibo, te espero,me entrego...una vez más


http://mjd-milagro.blogspot.com/

domingo, 4 de septiembre de 2011

Tú me has seducido, Señor


El riesgo está en considerar un «caso límite» el de Jeremías, creer que la suya es una experiencia «irrepetible». Por eso, ante la dolorosa lamentación del profeta nos sentimos en la obligación de conmovernos por el drama que subyace o bien de escandalizarnos por la dureza del lenguaje que emplea. Y nada más. Pero lo que deberíamos hacer es intentar «meternos» en esa oración y ver un poco cómo se está dentro de ella. Una lectura del desahogo apasionado de Jeremías.
«Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste... ».

¿Intentamos una traducción libre? Sería ésta, más o menos: ... Me has cazado, Señor. Era inevitable.

Después de aquel encuentro, de aquel momento que tú conoces, ya no soy yo. Todo ha cambiado en mi vida.

Las cosas que tanto me apasionaban antes se han evaporado, me resultan insípidas e incoloras, han perdido todo su atractivo. Me parecen inconsistentes, engañosas. Las miro con desapego, sin ninguna añoranza. Y esas realidades que antes me apasionaban me dejan totalmente indiferente.

Tengo una sensación de extrañeza, de no pertenencia, respecto a ese mundo de las apariencias...

No compito para aferrar la porción efímera que muchos reclaman. Pero precisamente por eso no siento la necesidad de celebrar triunfos, de sumarme en los coros que cantan hosanna, de colarme entre los que quieren combatir batallas anacrónicas con palabras y fórmulas que sólo comprometen a la boca. Intento no dejarme engañar por aspectos superficiales y aparentes, no dejarme guiar por cálculos oportunistas, no dejarme llevar por lo fácil.

Me reservo el derecho a emplear mi cabeza cuando se trata de pensar y, naturalmente, el derecho a utilizar mis brazos cuando se trata de ponerse a trabajar. Hablo cuando sería más cómodo callarse. Y guardo silencio cuando sería fácil ponerse a hablar. Intento ser fiel… dar testimonio huyendo del espectáculo.

Me has forzado, Señor. Te has aprovechado de un momento de debilidad. Te has dado cuenta de que estaba insatisfecho. Empezaba a sentirme mal entre las medias tintas. La mediocridad me causaba un ligero disgusto. Buscaba otra cosa.

Por un instante abandoné las defensas y VOS entraste; desacomodaste mi vida, revolviste mis pensamientos y mi corazón. Me has hecho propuestas increíbles, inimaginables. Me has presentado exigencias impensables, hasta imposibles. Y yo me dejé cazar. Tengo hasta miedo de haber perdido la cabeza.

La soledad. Ahora estoy viviendo una situación poco confortable. Después de escuchar tu voz, hay otras voces que ya no tienen poder alguno sobre mí. Habiendo tomado en serio tus palabras, las demás no me dicen nada. Después de haberme decidido a seguirte, he rechazado otras compañías (quizás más tranquilizadoras, menos exigentes). He tomado decisiones, he hecho opciones, que me han excluido automáticamente del juego y de las cosas poco serias.

Al no conformarme con «la mentalidad de este siglo», al rechazar las modas y las ideologías dominantes, al repudiar el conformismo (y también aquel anticonformismo de labios afuera que es la forma peor de conformismo), me he convertido sin remedio en un hombre contra. «Hombre contra» respecto a la marcha general, la vulgaridad desmedida, las arrogancias descaradas, las hipocresías aceptadas por todos.

La desconfianza, la incomprensión, el descrédito son pesos bastante incómodos de llevar.
Y encima, Señor, después de tu seducción inicial, no eres muy condescendiente conmigo.
Con frecuencia no te dejas sentir. Me pareces lejano, ausente. Diría que estás «en otra parte». Tu mano, frecuentemente, o se me niega o se posa en mi piel como una caricia francamente áspera.

Tengo momentos de cansancio, de desorientación, de desaliento. No dudo en lamentarme, en discutir contigo, como Jeremías, aunque con un tono algo más controlado.
A veces me entran ganas de dejarlo todo, porque tengo la impresión de que no vale la pena, de que el precio es demasiado elevado, de que la carga es insoportable.

«Me dije: no me acordaré de él, no hablaré más en su nombre». Todos están distraídos, o indiferentes. Todos quieren oír otras cosas. Más vale resignarse, no complicarse la vida, vivir en paz y dejar tranquilos a los demás; eso es lo que quieren. También yo, después de todo, tengo derecho a una vida serena. «Pero... ». No había tenido en cuenta ese «pero». Pensaba quizás que era simplemente cuestión de dejarlo, de marcharme, de quitar el cartel de la puerta. «Pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía...».
Se puede apagar el interruptor. Pero el incendio es otra cosa. Me has entregado... carbones ardientes. Has avivado un incendio en el terreno de mi corazón. Es inútil resistir. Lo he intentado, lo sigo intentando, pero no puedo nada contra el fuego. Aunque eche encima las cenizas del quehacer o del desaliento, no logro sofocarlo. Y cuanto más hago por ignorarlo, mayor se hace mi tormento.
Finjo que obro como los demás, intento «parecerme» a ellos, pero no puedo. Siempre hay algo que me traiciona. Tu nombre me ha quemado.

La cabeza que he perdido ya no se me devuelve. Y cuanto más intento acomodarme a las normas del sentido común, de la prudencia humana, de cálculos egoístas, de racionalidad, más aumenta mi sufrimiento.

Llevo el fuego dentro. Pero no me siento fanático. Más aún, precisamente porque llevo fuego en el corazón, no puedo ser un fanático. El fanático, a pesar de las apariencias, está hecho de hielo: El celo del intolerante se alimenta de hielo, no de fuego. La intensidad del amor se mide por el respeto, por el pudor, no por la exaltación.

Lo he comprendido. Tengo que resignarme a ser un «enamorado». He caído. Y la única salvación, para mí, es no salir de esa situación. Jeremías grita, ronda con la blasfemia. Pero no dice: «Me has desilusionado».

Tampoco yo lo digo. Pueden desilusionarme los otros…puedo engañarme yo mismo, mi miedo a arriesgarlo todo. Pero VOS no me engañas, ni siquiera cuando callas, cuando te niegas, cuando me expones a situaciones incomodas, cuando pretendes lo imposible. Me comprometes, pero no me engañas. Me causas problemas y fastidios en serie, pero no me engañas. Y si sigo quejándome porque he perdido la cabeza, me haces comprender que debo perderla un poco más...


MI BLOG: http://mjd-milagro.blogspot.com/