domingo, 4 de septiembre de 2011

Tú me has seducido, Señor


El riesgo está en considerar un «caso límite» el de Jeremías, creer que la suya es una experiencia «irrepetible». Por eso, ante la dolorosa lamentación del profeta nos sentimos en la obligación de conmovernos por el drama que subyace o bien de escandalizarnos por la dureza del lenguaje que emplea. Y nada más. Pero lo que deberíamos hacer es intentar «meternos» en esa oración y ver un poco cómo se está dentro de ella. Una lectura del desahogo apasionado de Jeremías.
«Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste... ».

¿Intentamos una traducción libre? Sería ésta, más o menos: ... Me has cazado, Señor. Era inevitable.

Después de aquel encuentro, de aquel momento que tú conoces, ya no soy yo. Todo ha cambiado en mi vida.

Las cosas que tanto me apasionaban antes se han evaporado, me resultan insípidas e incoloras, han perdido todo su atractivo. Me parecen inconsistentes, engañosas. Las miro con desapego, sin ninguna añoranza. Y esas realidades que antes me apasionaban me dejan totalmente indiferente.

Tengo una sensación de extrañeza, de no pertenencia, respecto a ese mundo de las apariencias...

No compito para aferrar la porción efímera que muchos reclaman. Pero precisamente por eso no siento la necesidad de celebrar triunfos, de sumarme en los coros que cantan hosanna, de colarme entre los que quieren combatir batallas anacrónicas con palabras y fórmulas que sólo comprometen a la boca. Intento no dejarme engañar por aspectos superficiales y aparentes, no dejarme guiar por cálculos oportunistas, no dejarme llevar por lo fácil.

Me reservo el derecho a emplear mi cabeza cuando se trata de pensar y, naturalmente, el derecho a utilizar mis brazos cuando se trata de ponerse a trabajar. Hablo cuando sería más cómodo callarse. Y guardo silencio cuando sería fácil ponerse a hablar. Intento ser fiel… dar testimonio huyendo del espectáculo.

Me has forzado, Señor. Te has aprovechado de un momento de debilidad. Te has dado cuenta de que estaba insatisfecho. Empezaba a sentirme mal entre las medias tintas. La mediocridad me causaba un ligero disgusto. Buscaba otra cosa.

Por un instante abandoné las defensas y VOS entraste; desacomodaste mi vida, revolviste mis pensamientos y mi corazón. Me has hecho propuestas increíbles, inimaginables. Me has presentado exigencias impensables, hasta imposibles. Y yo me dejé cazar. Tengo hasta miedo de haber perdido la cabeza.

La soledad. Ahora estoy viviendo una situación poco confortable. Después de escuchar tu voz, hay otras voces que ya no tienen poder alguno sobre mí. Habiendo tomado en serio tus palabras, las demás no me dicen nada. Después de haberme decidido a seguirte, he rechazado otras compañías (quizás más tranquilizadoras, menos exigentes). He tomado decisiones, he hecho opciones, que me han excluido automáticamente del juego y de las cosas poco serias.

Al no conformarme con «la mentalidad de este siglo», al rechazar las modas y las ideologías dominantes, al repudiar el conformismo (y también aquel anticonformismo de labios afuera que es la forma peor de conformismo), me he convertido sin remedio en un hombre contra. «Hombre contra» respecto a la marcha general, la vulgaridad desmedida, las arrogancias descaradas, las hipocresías aceptadas por todos.

La desconfianza, la incomprensión, el descrédito son pesos bastante incómodos de llevar.
Y encima, Señor, después de tu seducción inicial, no eres muy condescendiente conmigo.
Con frecuencia no te dejas sentir. Me pareces lejano, ausente. Diría que estás «en otra parte». Tu mano, frecuentemente, o se me niega o se posa en mi piel como una caricia francamente áspera.

Tengo momentos de cansancio, de desorientación, de desaliento. No dudo en lamentarme, en discutir contigo, como Jeremías, aunque con un tono algo más controlado.
A veces me entran ganas de dejarlo todo, porque tengo la impresión de que no vale la pena, de que el precio es demasiado elevado, de que la carga es insoportable.

«Me dije: no me acordaré de él, no hablaré más en su nombre». Todos están distraídos, o indiferentes. Todos quieren oír otras cosas. Más vale resignarse, no complicarse la vida, vivir en paz y dejar tranquilos a los demás; eso es lo que quieren. También yo, después de todo, tengo derecho a una vida serena. «Pero... ». No había tenido en cuenta ese «pero». Pensaba quizás que era simplemente cuestión de dejarlo, de marcharme, de quitar el cartel de la puerta. «Pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía...».
Se puede apagar el interruptor. Pero el incendio es otra cosa. Me has entregado... carbones ardientes. Has avivado un incendio en el terreno de mi corazón. Es inútil resistir. Lo he intentado, lo sigo intentando, pero no puedo nada contra el fuego. Aunque eche encima las cenizas del quehacer o del desaliento, no logro sofocarlo. Y cuanto más hago por ignorarlo, mayor se hace mi tormento.
Finjo que obro como los demás, intento «parecerme» a ellos, pero no puedo. Siempre hay algo que me traiciona. Tu nombre me ha quemado.

La cabeza que he perdido ya no se me devuelve. Y cuanto más intento acomodarme a las normas del sentido común, de la prudencia humana, de cálculos egoístas, de racionalidad, más aumenta mi sufrimiento.

Llevo el fuego dentro. Pero no me siento fanático. Más aún, precisamente porque llevo fuego en el corazón, no puedo ser un fanático. El fanático, a pesar de las apariencias, está hecho de hielo: El celo del intolerante se alimenta de hielo, no de fuego. La intensidad del amor se mide por el respeto, por el pudor, no por la exaltación.

Lo he comprendido. Tengo que resignarme a ser un «enamorado». He caído. Y la única salvación, para mí, es no salir de esa situación. Jeremías grita, ronda con la blasfemia. Pero no dice: «Me has desilusionado».

Tampoco yo lo digo. Pueden desilusionarme los otros…puedo engañarme yo mismo, mi miedo a arriesgarlo todo. Pero VOS no me engañas, ni siquiera cuando callas, cuando te niegas, cuando me expones a situaciones incomodas, cuando pretendes lo imposible. Me comprometes, pero no me engañas. Me causas problemas y fastidios en serie, pero no me engañas. Y si sigo quejándome porque he perdido la cabeza, me haces comprender que debo perderla un poco más...


MI BLOG: http://mjd-milagro.blogspot.com/

No hay comentarios: